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Procura el surrealismo. Ejercicio interior que juega a la expresión.
Este blog en un principio nace como un homenaje a esa generación de brillantes "locos" que, en su tiempo, alumbraron estéticamente a la humanidad y nos dejaron para siempre su aporte multiforme para el alma.

Intenta en tema y técnica seguir la senda, pero más a modo de vitalizante talismán, porque en la práctica... ¡Ay, con las ideas! Jamás surgen del interior sin filtrarse a través de la razón, ese atenazante mecanismo de defensa. Pero, en fin, se escribe por impulso, aunque luego se haga uno a la idea de que el material no ha sido pulido y es espontáneo, selvático, suerte de retorno hacia las esencias. Tal es el surrealismo: arrojo, salto a la selva primigenia, mas utópico sueño..., porque ¿quién hombre civilizado puede desprenderse de su condición plastificada? El acto poético es un intento de recuperación de las naturalezas perdidas, pero aun ella, la poesía, es trabajo de artesania.
(Sea la técnica surrealista una ubre de ordeño para la inspiración y la idea, por un lado, pero por el otro, un camino para el desagüe: quien escribe lo hace como por trabajo de alcantarillero: drenaje) .
Aquí el concepto:
Surrealismo: Puro automatismo psíquico, por medio del cual se intenta expresar, verbalmente o por escrito, o de cualquier otro modo, el proceso real del pensamiento. El dictado del pensamiento, libre de cualquier control de la razón, independiente de preocupaciones morales o estéticas...

domingo, 27 de mayo de 2007

Efecto calle

En mis oídos rebotan los gritos de balas. Solo quiero salir a comprar un pedazo de pan; también se me antoja un café de esos de panadería, viejo vicio, hoy domingo, con sabor a periódico.
Abordo el ascensor marca Falcon de mi vieja habitación, ubicada también en una calle vieja de una vieja localidad. Su sonido, como un perro pavloviano, arroja un baño a mi espíritu.
Aparto un demente o recoge latas de la puerta. Salto, evado por allá uno que otro basurero o cruzo, simplemente la calle. Lanzo una mirada de mosca hacia mi entorno. Lucho contra la luz, en todos los sentido, yo, animal de encierros. También miro el azul de arriba y sonrío.
Continúo con mis pasos, rumbo hacía panadería. Palabras como balas silban en mis oídos, preñadas de amenazas aquellas, parturientas de risas estas. Esquinas calientes, ventanas frías. Todas tienen la razón, según lo veas, y todas van a la perdición... o al éxito. Con dios y el diablo.
Es muy simple: un cruzar de calles, un cigarrillo para aplacar el nervio de la calle, el ansiado café y la cara final del portugués pegado a una pantalla de TV, acechante de factores perturbadores de ventas. Finalmente, lo despierto.
Los hombres caminan por allí como cajas sonoras, huecas de raciocinio, como dicen los doctos; otros andan preñados, de acuerdo con los optimistas. Pero yo no consigo el sentido. Es el zoó, el instinto, las mandíbulas batientes y las lenguas sin destino. Es la calle. Sin embargo, allí consigo el pan y me consigo, y no me quejo. No me quejo.
No hay el principio para una comprensión. No lanzo la primera piedra. No critico, pero pienso y pareciera la emisión de un tribunal condenatorio.
Es la masa, la loca masa de los sinsentidos, aprovechada largamente por quienes conocen los resortes. Cuervos viejos criadores o viejos criadores de cuervos.
De regreso, solo aspiro arribar con mi alimenticia masa debajo del brazo. Una vez allá, me recito que fue el efecto de un cigarrillo, de un café y periódico callejeros. Es el efecto.

sábado, 26 de mayo de 2007

Viejos tiempos

"Los tiempos han cambiado", se dice siempre, y por lo general lo hace el de una generación que se siente invadida por recursos o artilugios de otra nueva. ¡A cambiar de posturas, pues! ¡A sentarse como lo manden las nuevas sillas, con un pie al aire o las piernas abiertas!
Una hija mía nunca dirá que le resulta extraño escribir o realizar su tarea frente al computador: apenas cumplen los catorce. Nacieron el un ambiente cargado de pantallas y de explicaciones sobre bits electrónicos. Me peleo con ellas a veces cuando le mandan tareas del colegio que se suponen han de encontrarse en los libros y ellas apuntan a la máquina o el cyber. ¿Qué se va a hacer? Yo, por mi parte, cuarentón de cuatro esquinas, me tengo que adecuar. Antes, con mis cuadernos y ficheros portátiles; ahora con la Internet por doquier y una biblioteca comprimida en un pendrive.
Los tiempos han cambiado. Ahora, que vivo pegado a una pantalla, cual insecto nocturno sobre la luz, mi problema, mi página en blanco es la pantalla misma. Infecundo de ideas, miro la pantalla, como en el pasado (en una tarde tediosa) miraba la hoja o cuartilla.
Véase: quien escribe se reacomoda a la vida, y describe este sentimiento porque ahora es cuando decide llevar sus archivos de trabajo, redacción o creación a Internet, y como viaja con frecuencia, no tendrá necesidad de arrastrar con cadenas pegadas al vehículo una biblioteca personal. No se trata de un mayor que se incorpora a las nuevas tecnología, pues la programación y los conocimientos de hardware de los equipos no le es desconocida desde el mismo inicio de la Era informática en el país. Se trata, más bien, de un perdido sentimiento de pérdida, de una suerte de poética nostalgia, de la imagen de un tranquilo o alocado escritor de cuentos o poeta o pintor a la sombra de un viejo árbol contemplando un paisaje de rancia belleza.

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